La Carolina, localidad de origen colonial por excelencia. A lo largo del siglo XVIII, colonos alemanes y flamencos, aunque también franceses y suizos, llegaron a la zona de Sierra Morena con la intención de crear nuevas poblaciones bajo una corriente de pensamiento denominada “La Ilustración”.
Bajo las directrices de Pablo de Olavide, Intendente de Carlos III, se empezaron a consolidar asentamientos cuya principal fuente económica sería la agricultura. Estas Nuevas Poblaciones, desde el ámbito urbanístico, destacan por seguir una corriente estilística neoclasicista y barroca, donde el plano hipodámico a partir de dos ejes centrales que se prolongarían vertical y horizontalmente, convergirían con multitud de plazas de diferentes plantas, con edificios domésticos de corte neoclásica con jardín delantero y edificios públicos señoriales.
Historia de la Carolina
A finales del siglo XVIII, alrededor de 6000 extranjeros ilustrados, principalmente alemanes y flamencos, aunque también franceses y suizos, llegaron a Sierra Morena para poblarla. Fueron encabezados por el rey Carlos III, bajo la intendencia de Pablo de Olavide. Se trató de uno de los proyectos reformadores de mayor envergadura de España y Europa. En aquel momento, este territorio era pasto del bandolerismo y es por esta razón por la que los inicios no fueron fáciles. Comenzaron desbrozando el terreno, roturando la tierra y a partir de ahí construyendo los pueblos y aldeas de esta zona. Los municipios que conforman el conjunto giennense de las Nuevas Poblaciones son Aldeaquemada, La Carolina, Santa Elena, Arquillos, Guarromán, Carboneros y Montizón.
La idea de colonización partió de una nueva filosofía de la ilustración, con las nuevas ideas del mundo, el hombre y la naturaleza. Este proyecto de colonización no era sino una utopía en pleno Siglo de las Luces que pretendía poner en funcionamiento una sociedad rural modelo. Ésta se basaba en núcleos igualitarios y fundamentada en el trabajo de la tierra como principal fuente de riqueza.
Se crearon un total de cuarenta y cuatro pueblos y once ciudades, resultado de una gran hacienda. Se pretendía que áreas semidesérticas gozaran de población y que además pudieran ser cultivadas, así como asegurar el paso desde Cádiz hacia Madrid por esta zona para viajeros y mercantilistas.
Sería en 1767 cuando los primeros colonos llegaran a estas tierras. Fue el aventurero bávaro Thürrieguel quien hiciera llegar hasta 6000 alemanes, flamencos, y algunos franceses y suizos. La sociedad que se planteo era un campesinado ideal, de colonos extranjeros, que se ubicarían por todo el territorio y a los que se les facilitaría el acceso igualitario al usufructo de la tierra. A cada colono, se le otorgó una dotación igual que al resto que consistía en tierras, casa, utensilios, ganado, grano y ajuar.
El pensamiento inicial es que cada campesino pudiera ser autosuficiente y para ello les facilitaban todo lo que requirieran para poder ejercer su tarea y vivir de su trabajo.
Sin embargo, tal y como se ha comentado anteriormente, la puesta en marcha de la hacienda no contemplaba la cantidad de dificultares y adversidades que tuvieron que padecer, entre ellas se puede hablar de epidemias, de enfermedades, enfrentamientos y conflictos, penurias, etc. A pesar de las dificultades, el ansiado proyecto ideado por Pablo Olavide se fue consolidando poco a poco y haciéndose una realidad.
Con la intención de regular esta sociedad y los nuevos asentamientos, se llevó a cabo la Instrucción y Fuero de Población, en el cual se establecían los derechos y deberes de los colonos. Se pretendía que fuera una sociedad laica y por tanto se especificaba la prohibición de conventos o comunidades religiosas, quedando al mando el clero regular. Se crearon además escuelas donde los colonos recibirían una educación elemental.
Las funciones que un colono debía tener, entre otras, era la de descuajar y desmontar los terrenos, la colaboración en las tareas de construcción en trabajos de carácter comunal, así como su posterior mantenimiento y restauración.
La organización social se estructuró por feligresías o concejos. En cada uno de ellos se encontraba un párroco, un alcalde, un personero y un diputado-regidor por cada localidad. Cada uno de los cargos, a excepción del de párroco, serían electos con un mandato limitado en el tiempo. Una feligresía era entendida como una entidad urbana de carácter intermedio, con más envergadura que una aldea y por debajo de la capital que sería la más grande. Se basaba en un plan radial, en torno a la capital se ubicarían las aldeas a la misma distancia, entre dos y tres kilómetros de media. Además, en el Fuero de población, se especificaría que desde cada feligresía se pudiera ejercer un control visual al resto de aldeas.
La novedad de este proyecto no solo radicaba en el modelo social y de organización que contemplaba, sino también en su distribución y urbanismo. El urbanismo planteado se regía por ideales neoclásicos de uniformidad, simetría y orden cuyo fin no era otro que el de buscar una igualdad social y buscar la total felicidad del reino.
Este urbanismo resultó ser una revolución ya que partía de una organización del territorio, donde se creaban desde cero pueblos y aldeas con diseños urbanísticos procedentes de Europa. Los trazados de estas localidades hoy en día siguen sorprendiendo por su elegancia y equilibrio. Olavide contó con ingenieros como Casimiro Isaba, Simón Desnau y Beltrán Beaumont para el diseño de estas nuevas poblaciones, ejecutando así una obra urbanística de gran precisión.
Las viviendas de los colonos se caracterizaban por ser muy uniformes, y en cada núcleo poblacional se levantó una iglesia, un pósito, la casa del Concejo, una escuela elemental, y en algunos de ellos hasta una cárcel. La capital de las Nuevas Poblaciones sería La Carolina, con dos aldeas que dependían de ella denominadas Isabela y Fernandina.
LA CAROLINA. LA CAPITAL DE LAS NUEVAS POBLACIONES.
La Carolina acabó por asumir la capitalidad del resto de las Nuevas Poblaciones. La localidad nació en torno a un convento de Carmelitas denominado “La Peñuela”, del que tomó el nombre la población hasta que fue cambiado en honor a Carlos III. El convento fue fundado en 1573 y refundado en el siglo XVII, y el que contó con vistas y estancias de San Juan de la Cruz, fue sede de la Intendencia de Pablo de Olavide.
En La Carolina se creó como si fuera una gran escenografía urbana, contando con perspectivas largas e ilimitadas. Como la capital de las Nuevas Poblaciones, se dotó a la población de múltiples edificios de interés público: palacio, iglesia, concejo, cárcel, hospital y jardines. El proyecto presentaba una racionalidad que se vería intensificada con la uniformidad estilística de las fachadas de las viviendas, que tenían además jardines delanteros.
Destacan principalmente, por su variedad y originalidad, las plazas que se encuentran por toda la localidad. Destaca principalmente una de planta octogonal que se considera la primera de toda España con esas características. Además, destacan otras dos con planta elíptica que están rodeadas de arquitectura doméstica del mismo momento de la colonización. Otra de las plazas destacable sería la que presenta planta hexagonal y que estuvo dedicada a la celebración de corridas de toros.
La Carolina presenta dos ejes principales que dividen la localidad y que marcaron la fundación de la misma. Éstos dos ejes son, uno el que se dirige hacia el Molino del Viento, donde se ubican dos monolitos fundacionales, hasta el Palacio del Intendente y la iglesia, es el más estrecho y atraviesa la ciudad de norte a sur. El otro eje, más ancho y perpendicular al primero, está marcado por la Plaza de las Delicias, la Calle Madrid, y la Plaza del Ayuntamiento.
La capitalidad de La Carolina en el entorno de las Nuevas Poblaciones repercutirá en la misma ciudad tanto desde el punto de vista productivo, como económico. Sería el propio Intendente Olavide quien apostaría por convertirla en uno de los centros con más industria y activos durante el reinado de Carlos III. Así pues, en 1775, ya se encontrarían en la zona fábricas de paños, de loza y dos de sombreros, entre otros. Además de esta industria, resurgió su actividad minera en el último cuarto del siglo XVIII, que tuvo su punto álgido en el primer cuarto del siglo XX.
EDIFICIOS DESTACABLES DE LA CAROLINA
Palacio del Intendente Olavide
Este edificio sería diseñado como telón de fondo del eje norte-sur. Posiblemente el edificio podría haber sido trazado por el ingeniero Carlos Lemaur, presidiendo en altura el segundo eje de la población. El edificio, construido en 1775, ocupaba parte del antiguo convento carmelita. Destaca por su “colosalismo monumental” propio de un estilo clasicista Barroco. Los sillares muy trabajados y colocados de diseño neoclásico, presenta una gran fachada que se distribuye entorno a cuatro columnas de estilo dórico. Un balcón se ubica en el piso noble del mismo, con unas proporciones gigantes y que presenta una decoración a base de triglifos y metopas al más puro estilo clásico, rosetas y máscaras. El ático está coronado con el escudo del rey Carlos III.
Torre de los Perdigones
Pertenecía a una fundición creada en 1825 cuyo uso era la destinado a la fabricación de munición para la Guerra de Cuba. Hoy en día se conserva y se ha rehabilitado para la colocación de un Centro de Interpretación. En su interior se puede observar, a partir de diferentes maquetas, paneles informativos y mediante el uso de nuevas tecnologías, el pasado industrial y minero de La Carolina relacionado con el material del plomo.
Iglesia de la Inmaculada Concepción
La iglesia destaca principalmente por su austeridad propia de tipo conventual, ya que fue sede de la antigua fundación carmelitana de San Juan de la Cruz. La fachada destaca por sus proporciones estrechas y alta, está realizada en piedra con portada barroca. Está rematada además por un frontón triangular y un ojo de buey en su tímpano. Además, se puede observar una torre anega prismática de cuatro plantas con las esquinas achaflanadas y arcos de medio punto abiertos sobre sus caras. En cuanto al interior de la iglesia, la estructura presenta una nave central cubierta por una bóveda de cañón con lunetos. El coro se ubica a los pies de la iglesia y un espacio poligonal lobulado coronado por cúpula, da paso al tramo rectangular del presbiterio abriéndose a ambos lados cuatro capillas cubiertas por bóvedas vaídas.
La antigua cárcel
Fue construida en 1779, aunque su interior ha sido muy modificado con el paso de los años, principalmente tras la anexión con el Ayuntamiento. La fachada principal, llevada a cabo con buena sillería, se divide en dos cuerpos sin separación y presenta dos pilastras almohadilladas de orden gigante en los extremos. Su portada central tiene dos cuerpos, el inferior tiene un arco de medio punto moldurado sobre enjutas y el segundo presenta una cartela horizontal que se apoya sobre pilastras almohadilladas.
El Ayuntamiento
Ocupó parte del solar de la cárcel y se construyó a mediados de siglo XIX. Realizado también en sillería y dividido en dos cuerpos de vanos escarzanos moldurados. Tanto el cuerpo de relojería como el campanario son de 1878, de estilo ecléctico. Posiblemente su diseño se deba al arquitecto Jorge Porrúa.
Torres de la Aduana
Las torres hacen bastante hincapié en la radicalidad del eje de perspectiva ya que se sitúan en el principal acceso a la ciudad. Datan de finales del siglo XVIII y son de estilo clasicista y barroco, que puede asociarse con elemento urbanísticos franceses e italianos.
Torrecillas del Molino de Viento
Se trata de dos Monolitos de la Fundación, llevados cabo en sillería que se rematan con cúpulas bulbosas y pináculos. La de la derecha está dedicada a Carlos III y la otra a Carlos IV. En las zonas centrales se representan relieves de la vida diaria de los colonos.
Hoy en día, en las calles de La Carolina, aún quedan ejemplos de arquitectura doméstica del siglo XVIII y principalmente, de finales del siglo XIX y principios del XX, de estilos eclécticos e historicistas, que fueron respaldadas por la burguesía local.
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