El origen histórico de las 12 uvas de Nochevieja

“¡Las uvas, las uvas!”, se oye gritar siempre a alguien cuando se acerca la medianoche del 31 de diciembre. Ha llegado el momento clave: es Nochevieja, nos hemos reunido en familia o con amigos, y todo tiene que estar preparado para el tradicional “ritual” de comerse las uvas de la suerte. Doce uvas, una por cada campanada que nos anuncia la entrada en un nuevo año.

No hace falta que te expliquemos mucho más en qué consiste. Has vivido tantos años este momento, que ya lo ves como algo normal, pero la verdad es que no deja de ser cuanto menos curioso.

Es probable que de niño miraras la escena con cierta extrañeza. “¿Pero, por qué comemos 12 uvas?”, le preguntabas sin entender nada a tus padres. “Porque da suerte, hijo”, escucharías seguramente como respuesta. Poco podíamos replicar: si querías que el nuevo año te sonriera debías comerte todas las uvas. ¡Y a tiempo! (aún a riesgo de atragantamiento).

Pues hoy venimos a contarte todo sobre esta particular tradición española, presente también en muchos países de Hispanoamérica, y que se remonta a finales del siglo XIX. Para que los próximos 31 de diciembre puedas presumir de historieta. Para darle también una respuesta a aquel niño que preguntaba extrañado (aunque sea unos años tarde), y para que puedas dársela tú mismo a otras pequeñas caras que te pregunten extrañadas. ¡Ya te avanzamos que te va a sorprender!

1909, el Año de las Uvas

Hasta las costumbres más extendidas pueden tener un origen fortuito. Así sucedió con la tradición de las doce uvas. La explicación más extendida y popular sitúa su origen en el año 1909. ¿Y si te decimos que pudo ser por puro marketing? Estaríamos, sin duda, ante una de las mejores campañas publicitarias de la historia.

Ese año los agricultores de la región de Alicante tuvieron exceso de uvas; en concreto, de uva blanca de la variedad Aledo. Una vez finalizado el verano, y con él la época de vendimia, los productores de uvas alicantinos se encontraron con muchas más uvas de las que eran necesarias para cubrir la demanda habitual del mercado. ¿Qué hacer con el excedente?, ¿dejar que se echase a perder y no conseguir beneficios extra? Pues parece que a algún productor se le ocurrió una brillante idea para promover el consumo de uvas. Faltaban pocos meses para Navidad, y bastaba con asociar las uvas con la buena suerte y con Nochevieja para que se agotasen hasta las últimas existencias. De este modo, el 31 de diciembre de 1909 “las doce uvas de la suerte” se colaron en miles de hogares españoles. Así de fácil.

Bueno, en realidad, no fue del todo así.

1882, una burla convertida en tradición

Es cierto que el año 1909 marcó el inicio del arraigo de esta tradición en la sociedad española, pero la cosa venía de atrás. La supuesta “campaña de marketing” de los productores de uvas alicantinos tuvo éxito porque ya existía en el imaginario popular cierta asociación de esta fruta con la buena suerte, y en especial con la última noche del año. Solo tenemos que echar un vistazo a la prensa española de finales del siglo XIX para comprobarlo.

Desde 1880 encontramos en diversos periódicos referencias al consumo de uvas en Nochevieja. Pero, al contrario de lo que sucederá a partir de 1909, en estos primeros años no se trataba de una costumbre extendida. Solo las clases altas de nuestro país participaban de este curioso entretenimiento, que habían aprendido de la aristocracia francesa durante sus viajes de Fin de Año a París o Biarritz. Porque en Francia hacía tiempo que comer uvas y beber champán en Nochevieja era una tradición que no podía faltar en las fiestas privadas de las familias más adineradas, pues los más supersticiosos aseguraban que quien comía uvas el primer día del año tenía el dinero asegurado.

Pero, en 1882, algo cambió. Esas Navidades el Ayuntamiento de Madrid introdujo novedades en la popular fiesta de Noche de Reyes que se celebraba cada año en las calles de la capital.

El alcalde, José Abascal y Carredano, decidió imponer una tasa (¡1 duro!) a los madrileños que quisieran participar en los festejos nocturnos. Se trataba claramente de un impuesto “anticelebración” con el cual se pretendía acabar con una de las fiestas más importantes para el pueblo madrileño, pero también una noche de excesos y ruido. Como era de esperar, la noticia no gustó nada a las clases humildes de la ciudad.

Así que, a falta de duros y de fiesta, un grupo de madrileños decidió plantarse la última noche del año ante la sede del Ministerio de Gobernación. ¿Y sabéis dónde se situaba? En la mismísima Puerta del Sol. Acudieron dispuestos a celebrar la Nochevieja, una fiesta hasta el momento poco arraigada en las clases populares. Llegaron a la céntrica plaza de Madrid con uvas, que eran baratas, con la intención de emular a sus conciudadanos más ricos (pero sin champán, ya hemos dicho que no había duros). Su intención no era otra sino burlarse de la aristocracia madrileña y de su ridícula tradición afrancesada de comer uvas en Nochevieja.

Para darle un toque más satírico decidieron comerse una uva por cada una de las campanadas del Reloj de la Gobernación (sí, el mismo que a día de hoy seguimos atentos cada 31 de diciembre). Y al terminar siguieron de fiesta por las calles de la capital en honor a “la hija de la uva” (duros sí, pero guasa no les faltaba).

Y aquello que empezó como una crítica social de las gentes humildes de Madrid se convirtió con el paso del tiempo en una celebración icónica no solo de la capital, sino de España entera. Durante las siguientes Nocheviejas, grupos de madrileños siguieron reuniéndose en la Puerta del Sol con la intención de comerse sus uvas y, de paso, criticar las leyes y desigualdades sociales. Pero poco a poco el componente reivindicativo se fue perdiendo, al tiempo que aumentaba el número de participantes. El atractivo por dar la bienvenida al Año Nuevo tomándose las uvas fue tal que traspasó las fronteras de Madrid, y fue llegando a todos los rincones de nuestro país.

Solo en este contexto podemos entender el éxito de la “campaña de marketing” de los productores de uva alicantinos del 1909. No fueron los únicos empresarios que supieron ver el potencial económico de la recién estrenada moda de comer uvas en Nochevieja, y llegado diciembre en los periódicos abundaban todo tipo de anuncios que invitaban al público a consumir uvas en la última noche del año. A cambio, se les garantizaban doce meses de suerte y fortuna. Un buen trato, ¿no crees?

A las 12 en la Puerta del Sol

Han pasado más de 100 años y la tradición de comerse las doce uvas de la suerte en la Puerta del Sol sigue viva . Cada 31 de diciembre, cientos de madrileños y visitantes de otras zonas del país se juntan en nuestro “km 0” para darle la bienvenida a un nuevo año. Resulta curioso pensar que, sin saberlo, todos ellos están acompañando un siglo después a los madrileños más pobres en sus protestas.

Por desgracia, este año será el primero en mucho tiempo en el que la Puerta del Sol no se lleve a cabo esta celebración. Las medidas de control sanitarias han hecho que se suspenda la tradicional fiesta de Nochevieja en el corazón de Madrid, al igual que en el resto de ciudades españolas. Pero hay tradiciones que ni siquiera una pandemia mundial puede quitarnos, y comernos las doce uvas de la suerte es una de ellas. Aunque sea desde nuestras casas y reunidos con menos gente.

Así que ya sabes: este 31 de diciembre ten bien preparadas tus doce uvas de la suerte para darle la bienvenida por todo lo alto al 2021. Y “burlarnos” siempre, mucho, con garra y sentido del humor. Burlarnos de las desigualdades, las leyes injustas o incluso de las enfermedades. Como nuestros antepasados nos enseñaron hace más de un siglo.

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